7 may 2008

Recuentos

Y pasaron entonces días.
El otoño se puso suave y vino a dejarme sin prisa.
Pienso en lo procesos. Hago un recuento y me leo.
Caigo en la cuenta de la libertad que le deja al alma soltar las historias y dejar de pensar.
Más abajo escribía que los desamores son hijos del rigor.
Soltar la historia que no conduce nos hace más libres.
Llega entonces el día en que ya no pienso. Es que no hay más a donde ir y sólo queda salir.
Andar viviendo implica entonces también soltar amarras.
Ya no tengo más palabras para lo que no es.
El basta ya está andado. Y siempre supe que era lento pero que finalmente llegaría.
Y entonces estoy acá parada en medio de mi vida. Queriendo salir andando. Yendo para todos lados.
Puedo estarme tranquila que cumplí con los pasos. Puedo estarme tranquila que me fui fiel a mi misma. Puedo estarme tranquila porque el gris definitivamente no es mi color.
Me traigo a cuestas siempre historias para contarme.
Cae la tarde y me acurruco. Mi casa ya sabe a hogar. El sol entra por la ventana y yo me envuelvo en un poncho de lana. Era de mi abuelo. Empiezo a tener raíces.
Y vuelvo a pensar pero esta vez más serena.
La libertad no siempre es euforia.
También es silencio. También es hogar. También es centrarse.
Llegan entonces las ausencias que no duelen y las ganas de mostrarme. Mostrarme por los ojos, desde los ojos. Quien pueda, verá quien soy.
Hay una mujer que en las tardes de otoño hace nido en el calor de su propia alma.
Ya no corre. Ni está insomne.
Hay luces que alumbran distinto.
Cómo el sol en otoño.
Llegué a casa.
Y me habito.