10 abr 2007

El miedo a la lágrima

Había pasado mucho tiempo, tanto que ni recordabas cuándo había sido la última vez. ¿No?
Es que claro, pensabas que ya no había más desamor posible, que no había nadie más que pudiera volver a dolerte. Que la próxima vez sería más sencillo porque que te parece imposible que no te quieran una vez más.
Y tenés miedo del miedo y entonces decidís dejar de pensar porque pensás que si dejás de pensar todo va a desaparecer y contrariamente a eso todo se vuelve más difícil. Porque dejaste de pensar y empezaste a sentir. Sin querer. Inocentemente. ¿Viste? y vos que decías que no te quedaba inocencia.

Y entonces sentís que te gustaría intentar. Probar. Conocer un poco más. Dejarte conocer. Es que las barreras que has puesto ya te pesan mucho, te aburren y tenés ganas de que quieran cruzarla. Cruzarte.

Estás en la instancia en la que las caricias no sólo te exitan, también te unen y ese dedo bajando por la espalda no sólo es parte del juego sino que pareciera ser una extensión de tu piel.
Es el momento en que empezás a oler. No el perfume. La piel. Y te enloquece. Y lo decís. Y sí él pregunta "¿A que huele?" sin dudarlo decís "A Vos".
Y empezas a notar que nunca nadie antes te había acariciado los pies cuándo llegas helada y con frio, que no necesitás palabras si te mira de esa forma y agradeces por lo bajo que siempre, siempre insista con que te quedes a dormir y a comer y a dormir otra vez. Es que claro, la otra noche entre penumbras te hizo estremecer.

Y es ahí dónde te das cuenta de que semejante intimidad no se condice con esa ausencia brutal. Racionalmente entendés el juego pero sabés, siempre supiste, que la pasión; tu pasión es irracional igual que el miedo.
Sabés a dónde te va a llevar éste indefectible camino de caricias, miradas y ausencias. Sabés que no hay carrozas sino calabazas, que el caballo blanco no es más que un ratoncito asustado y qué el príncipe trae consigo una enorme mochila cargada de destierros. Y claro, no es que vos te creas princesa ni mucho menos. Al contrario sos consciente, muy consciente que no querés ser parte de un cuento. Querés ser real, humana, con posibilidad de error.
Entonces volvés a sentir. Y caés en la cuenta que ya pasaron juntos insomnios y sueños. Sobriedad y borrachera. Pasión y ternura. Verborragia y silencio. Ganas y tedio. Pero algo te falta.
Y otra vez te vuelve a la mente esa noche de carnaval, cuándo él quiso sentir el latido de tu corazón con su mano y no lo encontró. Y deseás con toda tu alma que en el próximo encuentro él lo busque otra vez. Por qué ahora sí, tu corazón empezó a latir.