28 dic 2007

Que la inocencia te valga

Jueves 28. Fin de año, fin de cuentas, fin de ciclo, finalmente.
Ella salió de la boca del subte que escupía multitudes a la inclemencia del sol de los mediodías de diciembre. Le gustan las multitudes, el anonimato, perderse entre las gentes, imaginarse sus historias y desvelos para olvidarse un poco de los propios.
Traía varios temas en la cabeza, que abogados, contadores, empleados, aguinaldos y el teléfono cómo siempre no paraba de sonar y sonar. El día había arrancado temprano y el mediodía la sorprendió intentando llegar intacta hasta Lavalle y Florida. Tenía el pelo recogido en una cola, la falda negra, los tacos altos y la remera verde y ceñida. Caminaba hablando por teléfono quien sabe de que tema y cada tanto miraba el Obelisco. Le gusta mucho Buenos Aires, y sus calores y sus calles y sus centros y sus puestos callejeros, como ferias medievales y a la vez metropolitanas.
Al llegar a Lavalle cortó y conectó el reproductor de mp3 del celular. Tarareando remontó presurosa Lavalle, tenía que llegar al banco antes de las 3. Buscó en su cartera revuelta el encendedor que nunca encuentra y levantó la mirada para buscar un kiosco. Entonces lo vio.
Él venía caminando en la dirección opuesta a uno cuantos metros y unos cuantos años de distancia. Estaba distinto claro, pero igual. Ella se quedo quieta, mirándolo. Él se acercaba distraído, le pasó por al lado, la miró y no la reconoció. Es que habían pasado 16 años y ella no estaba para nada igual.
Lo siguió unos pasos con sus zapatos chiquitos y cuando estuvo a un pie de su espalda le habló
- ¿Sergio?
Se quedó quieto y tardó un instante eterno en darse vuelta. La miró extrañado.
- Te conozco y no se de donde dijo él
- Soy Carolina, vecina del negocio que tenías en Martínez
Entonces se acordó. Se acordó de la nenita que se enamoró perdida y platónicamente de él hace un millón de años. Se acordó de los ojitos verdes, de los rulos desprolijos, de las curvas recién nacidas
- Estás tan... distinta dijo mientras le estampaba un beso en la mejilla y otro en el alma.
Ya frente él, ella volvió a mirarlo. Tenía unas ojeras color cansancio bajo los ojos, el pelo más corto, los años vividos, la mano sin anillo. Se le notaban en el gesto un par de sueños perdidos y unas cuantas penas bien llevadas y a medio andar. Pero su mirada estaba igual. Igual de viva, igual de inquieta. Tenía las mismas chispitas y regalaba las mismas cosquillitas en la panza.
Sergio había sido su último amor de la infancia o el primero de la adolescencia, no sé. Lo había amado, adorado, deseado, llorado y olvidado platónicamente durante años. Ella tenía 13 y él 23. Ella esperaba para verlo pasar, para escucharle de lejos la voz, para imaginarse de cerca su olor, para tenerle vergüenza de nena chiquita a sus besos. Llegaron en algún momento a hacerse algo así como amigos. Entonces ella analizaba cada una de sus palabras para rastrear declaraciones de cuento de hadas, le escribía cartas que nunca le daba, le imaginaba caricias que nunca le hacía. Lo esperaba siempre aunque sea sólo para verlo. Con ojos de bebita, con cara de boba, con amor de imposible.
Después pasó la vida, él se cambió de barrio y ella se olvidó de esa nada que habían sido. Hasta hoy que lo vio y le llovieron de golpe todos los recuerdos de ese amor de mentira, de su cuerpo de nena ya no nena, del beso que él un día quiso darle y del que ella se escapó.
En el medio de Lavalle y Maipú, un siglo después se habían vuelto a cruzar.
Ella ya bien mujer, él evidentemente mucho más hombre. Ella con 29, él con 39. Cada uno por su parte en ese instante habrán pensado que la diferencia ya no era insalvable y que mucho menos era delito.
- Para dónde vas? preguntó él
- Para el banco que esta allá contestó, idiota y tartamuda ella
Y la acompañó unas cuadras. Hablaron de lo que habla la gente que hace mucho no se ve. Trabajo, familia y esas cosas. Ella buscó en su cartera un cigarrillo y otra vez el puto encendedor que no aparecía
- Sos muy chiquita para fumar dijo risueño mientras le encendía el cigarrillo
- Ya no tanto contestó ella a sabiendas de lo ceñido de su remera
- Es verdad, pero seguís teniendo la mirada de nena
Y ella, que bien sabe que de nena no tiene nada y menos la mirada, se dio cuenta de que en esas cuadras había vuelto a salírsele por los ojos esa pibita de 13 años recién enamorada. La inocente, la chiquita, la crédula, la platónica, la mimada.
Llegaron a la entrada del banco y él arriesgó la idea de intercambiar números de teléfono. Ella se sintió tentada pero dijo "mejor no". Es que hablaba la nenita y pensaba que los recuerdos que se mezclan con orgasmos seguramente pierden sentido. Ella eligió dejar al hombre que Sergio es fuera de la cama y quedarse con el recuerdo del amor que Sergio fue en la mirada.
Antes de entrar en la puertas giratorias del banco y de la vida, ella se dio vuelta a mirarlo otra vez y sonrió irónica al recordar que el 28 era el día de los inocentes. Está vez para ella la inocencia le había valido.