Amanece. Con los atajos de algún camino desandado pero amanece. La luz fulmina y anuncia otro desvelo. Chiquita fue la promesa que dejó aquella esquina. Fría como la nieve en el congelador. Un tango resuena a nostalgia y los besos en la espalda fueron a morirse en esos ojos verdes que no eran míos. Igual de verdes, más morochos y seguramente menos esquivos. Otra noche entre explosiones nuevas y otra huida. No hay "quedáte a dormir" posible si los brazos no se mueren por abrazar.
Nada sana sin antes haber herido. Nada duele antes de la soledad.
Poco importa de quien sean los labios que besan las horas breves del quererse sin amor. No importa si hay corazones latiendo. Después de ser preciosa, esta vez por unas horas, ella corre rápido y lejos a lavarse las historias y a escribir metáforas descabelladas que justifiquen ese deseo que en un instante se transformará en un tiroteo de soledad. Sentada en la intemperie de un juego de sábanas usadas pensará en puñales que no hieren y en hermosas que se quedan sapos. Reinas por 10 minutos que escarmientan por un ratito cuando amanece y la luz fulmina y anuncia otro desvelo.
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