Me gustan las noches como esta, en las que volvemos a sentarnos en esa mesa como si nada. Con los puchos, el fernet y la charla. Con los ojos en los ojos y no en el cuerpo. Con la confianza eterna y el querernos claro. Con los amigos que fuimos resucitados y el lugar seguro a salvo. Con tus ideas claras y mi certezas concretas. Con tu admiración y mis ideas. Con el cenicero en el medio y los 10 años a cuestas. Con las luces tenues, las horas que pasan, la comodidad que se instala. Íntimos de almas. Con tu atención puesta en mis palabras y mis manos lejos de tu cara. Y mirarnos y entender. Y no agregarle a eso palabras. Aunque cada tanto vea el relucir de tu alianza. Aunque cada tanto te enoje que me apuñalen otros ojos. Hay noches cómo esta, en las que volvemos a tener las cosas claras y poco importa el resto del mundo. Somos vos y yo charlando, sentados en esa mesa que supo hacer las veces de cama no hace tanto. Contándonos cuan iguales somos. Cuan amigos fuimos. Cuan intactos estamos.
En noches como esta, es cuando me doy cuenta de lo bueno que resultó finalmente, no haber sido tan idiotas como para enamorarnos.
Aunque a veces mi casa todavía huela a jazmines.
Aunque a veces pienses en mi un segundo antes de dormirte.
Sabemos que somos espejos. De egos y almas. De historia. De ideas.
En noches como esta los dos entendemos que querernos tanto es la garantía que nos queda para tenernos siempre.
Lo demás, incluso el amor, es transitorio.
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