Cuándo la conocí teníamos 4 años. Ni quiero sacar cuentas a esta altura. Eramos compañeras de sala verde del jardín nº 4 de Munro. Ni tengo idea cómo fue que nos hicimos amigas. Pero así fue. Resultó entonces que además de ser compañeras de sala verde de jardín eramos también vecinas. Ni tengo idea tampoco cómo fue que nuestras mamás se hicieron amigas. Y arrancamos. Ella siempre iba de rosa. Yo desalineada. Ella tenía muñecas. Yo libros. Ella era tímida. Yo charleta. Eramos sombra una de la otra. Jugábamos a ser grandes. Armábamos caminos. Cantábamos canciones. Corríamos carreras. Y siempre salíamos empatadas. Ella y yo. Siempre mezcladas. Dueñas de todas las tardes. Amigas de todas las nubes. Espectadoras de todos los cuentos. Jugadoras de todos los juegos. Transitamos juntas todos los tiempos.
Juntas comulgamos. Juntas festejamos cumpleaños. Juntas corrimos por primera vez por la playa. Juntas estrenamos bikinis. Juntas, una mañana cualquiera dejamos de ser chiquitas. Juntas nos enamoramos. Por primera vez a los doce. Y del mismo muchacho. Juntas volvimos por primera vez de día a casa. Juntas fuimos al primer recital. Juntas tanto. Siempre. Ya habíamos compartido, a esa altura, más de media vida. Hace ya más de media vida.
Ella estaba cuándo lloré el primer llanto desgarrado. Ella perdonó mis ausencias de niña enamorada. Yo estaba cuándo aquel primer EL la dejó, rota y desolada en esa pista de baile. Yo estaba cuándo ella se volvió hermosa. Ella estaba cuándo tuve que correr a contarle que ya me había "hecho mujer". Y siempre nos cubrimos. Y nos rescatamos. Y nos unimos. Y yo lloré con ella cuándo un amor se le fue corriendo para el otro lado del mundo. Y también estuve yo cuándo ese amor le volvió de sorpresa una tarde cualquiera así cómo si nada. Y recuerdo tan claro cómo noté que ya era tarde. Y ella nunca me lo dijo. Y yo sin embargo lo supe.
Y ella estuvo cuándo yo me desenamoré la primera vez. Compartió la culpa de mi primera infidelidad. Cargó conmigo el peso. Me llevó de la mano a hacerme valiente. Y me abrazó tantas veces. Y nos dijimos tantas veces tanto sin decirnos. Ella y yo llorando hasta reírnos. Riéndonos hasta llorar. Hasta hacernos pis. Hasta hacernos grandes.
Juntas descubrimos lo imposible de la muerte. El sin retorno del desamor. Juntas aprehendimos a mentir. Juntas supimos también arrepentirnos. Juntas planeábamos criar a nuestros hijos. Juntas planeábamos. Distintas mujeres transitando la misma historia.
Y ella un día se enamoró cómo nunca nadie amó. Yo ví venir su torbellino. Vi cómo cambiaron sus ojos. Supe antes que ella que era para siempre. Juntas lloramos por aquel embarazo perdido. Yo quería arrancarle a abrazos ese dolor. Quería atravezarlo por ella. Quería cargarlo todo. Yo era más fuerte.
Juntas nos sentamos en el registro civil. En el mismo libro dejamos las firmas. Ella señora. Yo testigo. Siempre. Yo estaba cuándo se vistió de novia. Juntas llegamos hasta la mismísima puerta del altar. Juntas lloramos en un abrazo de para siempre en el atrio. Estaba tan hermosa. Tan blanca. Tan feliz.
Y después la vida. Las distancias. El orgullo. Los enojos. Lo absurdo. Y el silencio. Y nunca más.
Y ya no estábamos más juntas. Y a mí se me rompía el llanto de sólo pensarla. Y cuándo me quedé sin nada de vida tampoco estaba ella. Y yo la necesitaba. Y la extrañaba. Y quería contarle que "me escapé de un infierno amiga" y que ella no necesitara que se lo diga. Y yo quería que me hiciera un mate y me contara historias de niñitas. Y sin ella me recuperé. Y sin ella me hice la que soy hoy. Y me duele. Y enojada y todo la extraño. Aunque no la entienda igual la necesito.
Hoy supe por chismes de ella. Está embarazada. De tres meses. Y yo no estoy con ella.Yo no ví su test. Yo no la acompañé en su miedo.
Y cuándo supe me dije agarrada a mi orgullo que no me importaba. Y a los diez segundos ya me imaginé su panza. Y quise correr a abrazarla, quise correr a que no me importe nada. A decirle que no tenga miedo. Y la llamé. Después de 4 años. ¿Qué son 4 años contra toda la vida?. Pero ella no atendió.
Y ya no me importa el orgullo. Ni el mío ni el de ella. No me importa que otra vez ella cierre la puerta. Yo quiero ir a buscarla.
Y ya me la imagino, llorando y riéndose al mismo tiempo, cómo hace siempre que tiene miedo. Y ya se cuál es el nombre de su hijo. Eso también lo pensamos juntas de chicas. Ya sé que prefiere varón pero que no lo va a vestir de celeste. Sé que si fuera por ella elegiría cesárea porque el parto normal la impresiona. Sé que seguramente nunca tendrá antojos de frutilla porque las odia y más si tienen crema. Sé que será una madre obsesiva pero cariñosa. Tranquila pero firme. Sé qué tiene tanto para decirme. Y yo tengo tanto para decirle. Qué se nos pasaron tantos días, amiga. Qué nos perdimos tantas horas. Qué es tan absurdo el orgullo. Que te esperamos tantas veces. Que no se cómo podemos perdonarnos. Que siento tantas cosas que no me alcanzan los alfabetos para escribirte. Que esta ausencia no me cierra por ningún lado.
Sé también que es demasiada la distancia. Y es irreversible.
Pero más irreversible es la historia. El dualismo de dos vidas y la misma historia.
Voy seguramente a darle este escrito.
Y cuándo leas Nati, este final sabé que lo irreversible se ha torcido, al menos para mí, en la inminente curva de tu panza.
( Y yo que pensaba que me había quedado vacía. Sin nada para dar. Qué me había vuelto piedra . JA! ¡¡¡Por dios, que semana!!! ¿Alguien sabe dónde reparan corazones?)
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