10 nov 2007

"Poder decir adiós es crecer"
G. Cerati - Adiós-



Timbre. A la 3.40 de la madrugada. Timbre. Fuera de horario y de contexto. El perro saltó de la cama y ladró a la nada. Ella un tanto asustada se levantó. Sabiendo lo que no quería saber llegó hasta el portero eléctrico y contestó.
- Soy yo
- Son casi las 4 de la mañana....
- Bajá que hace frío
Y ella bajó. Se tiró encima de su pijama de ositos loprimeroqueencontró y descalza bajó. Son 7 pisos que parecían mil. En el trayecto se fue enojando. Enojada porque él no respetaba, enojada porque la invadía, enojada porque el caprichoso quería lo que no podía, enojada porque se sentía sujeta a su insistencia, atrapada por las anécdotas, asustada por el ruido del viento. El ascensor llegó a cero y ella, tratando de mantenerse todo lo seria que el pijama de ositos le permitiera tomó aire y abrió la puerta. Entonces lo vio. Traía dos ramos de jazmines en una mano y un bolso chico en la otra. Los ojos intensos cómo siempre, las espaldas mas anchas que de costumbre, la decisión tomada cómo nunca. En su mano izquierda ya no estaba la alianza. Él la vio también cómo nunca. La conocía desnuda de memoria, vestida para toda ocasión también pero con el pijama de ositos no. Sonrió.
- Estás descalza
-¿Qué querés?
- Quedarme
- ¿Por cuánto?
- Siempre
- No
Subieron callados y sin mirarse. El olor a jazmín inundaba el ascensor.
- Que golpe tan bajo - dijo ella mientras abría la puerta
Él dejó el bolso en la mesa y saludó al perro.
Se sacó la campera y por primera vez la tocó.
- Estás helada
- No vas a quedarte
- ¿No vas a preguntarme que pasó?
Entonces ella lo miró fijo. Lo vio diferente. Lo vio íntegro por primera vez en meses o años quizás. Ella, que conocía todas y cada una de sus facetas, todos y cada uno de sus trucos supo que no era el de siempre, no lo vio amante, no lo vio niño, no lo vio amigo, no lo vio casado, no lo vio quebrado, ni macho, ni caído, ni gracioso, ni demandante, ni celoso, ni protector. Lo vio Hombre. Por primera vez.
Poco importó nada para ella en ese instante. Poco importó la historia, la amistad trunca, los años locos, las noches muertas. Poco importó el basta, poco importó la falta de amor. Él estaba parado ahí, frente a sus pies descalzos, más hombre que siempre, más amador que nunca, más suyo imposible.
Seduciéndola con una serenidad inconmensurable, con una entrega impensada, con una hombría segura.
Se acercó muy rápido. Ella seguía inmóvil, sabiendo que el próximo paso sería sin retorno. El le desabrochó despacio el pijama y le abrazó la piel sin terminar de desnudarla. Ella increíblemente temblaba. Ya no había raciocinio posible. Era el duelo final.
Con manos libres rodeó firme su cintura y la aprisionó tiernamente contra la pared. Besó sus hombros, sus ojos, sus labios, con una devoción nueva. Acarició su espalda y sus manos como si no las conociera, olfateó su cuerpo como si fuera su perfume nuevo, la miró a los ojos como si recién la viera. Esa noche no había entre ellos la excitación de lo prohibido, el fantasma del triángulo, de la amistad, la redondez de una alianza. Fueron ellos dos por primera vez, ellos dos y sus cuerpos de hombre y mujer, no de niños que juegan a las escondidas, no de amigos devenidos en amantes, no de historias que ya se terminan. No hubo una sola palabra, apenas se oían gemidos. Fueron horas eternas de silencio, de mirarse, de reconocerse a pesar de tanto conocerse. Mil años después él rompió tímido el silencio
- Sos nueva- dijo mientras la dormía plácida por primera vez en su pecho.
Ella, recordando de un golpe aquello del amor se quedó dormida sabiendo que esa noche, que para él era la primera de una historia nueva, para ella era definitivamente la última de una historia muerta. La casa quedó empapada de jazmines.Y ese fue el final.




*Juro que esto es apócrifo y que no es autoreferencial...