2 oct 2007

Fantasma

Vas caminando por Cabildo y son las dos de la madrugada. Hace tiempo sumaste un miedo que es caminar por las calles de noche pero esta vez vas abrazada del brazo más seguro, con todos los huracanes soplándote por dentro eso sí, pero seguís caminado. No sabés cuánto más vaya a quedarte por sentir y entonces aprovechás porque la charla fue intensa, conmovedora y no hay respuesta final. Y por eso, con más razón te abrazás a ese brazo y disfrutás de reírte un poco de su renguera y pensás que capaz sí puedas cuidarlo.
Pero el aire de golpe se pone raro y empezás a mirar a todos lados; es que claro el radar siempre está activo y el miedo, que no es zonzo tampoco es olvidadizo.
Entonces escuchás en la vereda de enfrente que ella, sentada en un umbral llora a los gritos mientras que él, también a los gritos la insulta, la tironea, la fulmina. En uno de los tirones ella se levanta, camina y se frena y él la arrastra y la insulta y le grita. Y vos, en la otra vereda intentás apurar el paso que hasta recién era rengo y alegre. Y a la mierda se te fue la risa porque llegó el fantasma.
Detrás tuyo siguen los gritos y se escucha, previsible, el sonido del golpe que inevitablemente iba a llegar. Después, el por favor basta de ella y silencioso, casi cómo una súplica llega el por favor basta tuyo también. Basta. Soltála. Dejála. Andáte. Y no vuelvas nunca fantasma hijo de puta.
Las cuadras y los gritos quedan atrás, la madrugada sigue. Unos besos, otro bar, papas fritas y el fantasma que se vino con vos. Se quedó toda la noche sentado en la mesa de en frente, tomándose una ginebra, mirándote de lejos con esa risa socarrona que tiene el que se sabe omnipotente. Y vos, que ya sabés de que se trata le das pelea y te reís y te quedás cerca de ese abrazo. Y que pena que no pueda abrazarte por dentro. Y que pena que no pueda evitar que mires para atrás a cada paso. Que pena que no pueda exorcizar al fantasma y echarlo para siempre. Y no vuelvas nunca fantasma hijo de puta.
La noche pasa y te despertás tranquila, sola y pensando quizás sí. El día es un buen día y llueve pero vos podés trascurrir tu casa y el tiempo que es todo tuyo también. Hasta que llega el escalofrío y buscás, mirás y agradecés no tener cortinas que escondan fantasmas. Ficción, igual está. Todo el día te persigue y se sienta a tu mesa, se toma tus mates, acaricia a tu perro, te lava los platos y capaz si te descuidás, se te mete en la ducha. Te mira cómo si nada, macabro y vos, que ya estás tan acostumbrada a tenerlo en tu vida, te le volvés a plantar y le decís que ya no importa que te persiga, que ya no importa que te asuste, que ya no importa que le hayas regalado media vida porque sin dudas ya no puede tocarte. El fantasma ya no tiene futuro y lo sabés. Lo dejaste fuera hace tiempo pero de venganza el te dejó cargando miedo. Te dejó el veneno, te dejó huyendo en cada madrugada, te dejó llorosa, cobarde y asustada. Te dejó la sensación de la felicidad efímera, de los abrazos mentirosos, de las huidas tempranas. Te dejó con la certeza cansada de que todavía falta mucho para que vuelvas a estar intacta.
Basta. Soltála. Dejála. Andáte. Y no vuelvas nunca fantasma hijo de puta.




(¿Ves el fantasma en la imágen, ves como me enmudece, cómo me vacía y cómo me ata? ¿Ves cómo le disparó a mi cabeza? ¿Entendés?)